El cambio es inevitable, es parte de la vida. Algunas veces lo buscamos y otras nos encuentra.
En cualquiera de los casos hay al menos tres cosas que podríamos tener en cuenta:
El oasis en el horizonte
Bueno es todo lo que nos hace felices y nos impulsa a ser mejores personas; el amor , el propósito, el potencial, las oportunidades, la experiencia, el conocimiento, el desarrollo, el progreso.
El peso de la cruz
Lo malo es lo que crea resistencia; la incomodidad, la incertidumbre, la frustración, el miedo, el dolor, las ganas de renunciar y los obstáculos.
El veneno
Lo feo hace daño; la ira, el odio, la angustia, el sufrimiento, la actitud de víctima, la negación, la parálisis.
«La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer».
—Antonio Gramsci
En cualquier proceso de cambio es importante reconocer y valorar lo bueno. Es lo que nos sostiene, lo que queda después de cerrar cualquier etapa y lo que nos motiva a levantarnos y volver a empezar.
Lo malo es inevitable, para cada recompensa hay un trabajo por delante, un camino que recorrer, físico, mental y espiritual. Aprender a convivir con las dificultades nos fortalece y amplía el mapa de lo posible.
Lo feo es lo único que podemos y debemos eliminar. A diferencia de lo bueno y lo malo, esta energía no se recupera ni se transforma, solo nubla la visión y nos impide ver la crisis como lo que es, una lección de vida, la oportunidad de dar un salto adelante.