Cuando hablamos de sinceridad seguramente pensamos en ser honestos y decir la verdad, no mentir ni engañar. Desde niños se nos enseña a no herir los sentimientos de los demás y a ser buenas personas.
Y aunque sin duda estos valores son importantes y son esenciales para construir buenas relaciones, hoy me gustaría hablar sobre otro tipo de sinceridad, la sinceridad con uno mismo.
Aprendiendo a dejar fluir mi creatividad, entendí que es imposible alcanzar mi potencial artístico fingiendo ser alguien que no soy.
Mi aporte no es hacer más de lo mismo, es traer algo nuevo y auténtico. Potenciar la combinación única de virtudes, intereses y características que me hacen ser quien soy.
Para dar lo mejor de mí, tengo que ser el mejor yo posible.
Ser sinceros es honrar lo que somos. Es más que una forma de comunicarnos, es también lo que hacemos y cómo decidimos vivir:
¿Qué siento realmente? ¿Qué quiero realmente?
¿Cómo estoy siendo hoy? ¿Cómo quiero ser?
¿Qué quiero dar? ¿Qué quiero soltar?
¿Cómo es mi verdadero yo cuando dejo que sea libre?
La sinceridad es la luz que nos muestra el camino, un espejo de nuestra identidad.
«La sinceridad no sólo completa el yo; es el medio por el cual todas las cosas se completan».
—Yamamoto Tsunetomo