Soy esclavo de mi propia aventura. No es mi trabajo, no es la ciudad, no es una mujer. Soy yo y mis decisiones, soy yo y lo que hago con lo que me pasa. Me distraigo, me voy por las ramas, empiezo una cosa, sigo con otra, quiero hacer todo, no quiero hacer nada, necesito descansar, necesito avanzar. ¿Avanzar hacia donde, hacia la muerte? Ahora estoy vivo, debería ser suficiente.
—Pienso en ella. Pienso en mi propósito y en mi vida, me pregunto a donde voy, será que me ablandé demasiado, será que por soltar tanto ahora se me está yendo de las manos.
—¿No es eso lo que querías? Ser más espontáneo, soltar la necesidad de control, dejarte llevar, fluir, permitir que la vida te sorprenda…
—Me sorprendió, nada de esto me lo esperaba.
—Claro, es incómodo no saber qué va a pasar, tirarse al agua, saltar al abismo. Ahora realmente te toca aprender a vivir, ser uno con la vida y salir de esa posición egocentrista. La vida te muestra lo que te tiene que mostrar, estés preparado para verlo o no.
—Sí, ya lo sé. Parece joda que me esté quejando de esto, justo yo que creía ser el rey del cambio.
—No sos ningún rey, pero podés decidir en dónde poner la atención. El dolor es parte del juego, pero el cambio es tu decisión. ¿Quién querés ser? ¿Qué ejemplo querés dar?
—Creo que en este momento lo mejor que puedo hacer es reconocer que no tengo ni idea quien soy, y que quizá ese sea un buen punto de partida.
—No pierdas tiempo definiéndote. Agitaste el mar, ahora aprendé a surfear las olas.