Me encanta la idea de vivir en una cabaña en el medio del bosque. Llevar una vida simple, lenta. No tener nada que hacer. Empezar el día en paz escuchando los pajaros, respirar ese aire limpio. Desayunar afuera mientras escribo en mi diario. Salir a caminar. Poner el escritorio enfrente a una ventana. Escribir mirando la lluvia. Dormir una siesta escuchando la lluvia. Pasarme horas leyendo en silencio. No tener televisión. Tomar un café mirando el fuego de la estufa. Escuchar jazz. Tener un perro o un gato. Tener una camioneta vieja. Dedicar los fines de semana a arreglar lo que se rompe. Cortar mi propia leña, fabricar mis propios muebles. Usar las manos, dejar de pensar. Cocinar sin apuro. Invitarte a cenar.
Hace un tiempo que tengo esta fantasía en la cabeza. Veo que me voy acercando de a poco. La cabaña no es tan importante. Es importante escuchar, prestar atención. Circular libremente entre la realidad y la ficción. Aprender a hablar el lenguaje de los sueños.