El duelo

Los últimos meses han sido difíciles. Sabía que este momento iba a llegar, pero el tiempo pasó volando.

Trato de estar ocupado y pensar en otra cosa. De a ratos me siento bien, y de a ratos me siento triste. Atesoro recuerdos que es lo único que me va quedar.

Hoy está soleado. Me levanto apático. No tengo apetito ni ganas de nada, desayuno café solo. Salgo, vino a buscarme un Mercedes-Benz negro clase S. —Buen día— saluda el chofer mirandome por el espejo interior, arranca el auto y nos vamos.

Llegamos, me bajo, y enseguida el remise se va. Entro y me invade el olor a lirios. No hay absolutamente nadie. No hay a donde mirar, solo un pasillo largo y paredes altas de mármol blanco. Respiro hondo y camino sabiendo que soy el asesino.

Llego al féretro y ahí estoy. Ahí está lo que fuí, el pasado que murió y la identidad que ya no existe. Acá parado también estoy, con esta pulsión que persiste.

Y con un beso en la frente, de mí mismo me despido. Como el gato de Schrödinger, he muerto pero sigo vivo.