El tiempo es una buena forma de medir el progreso y de estructurar el trabajo, sobre todo el trabajo creativo; componer música, escribir, diseñar, pintar, etc.
En el corto plazo, es mejor apuntar a una cantidad que a una calidad. La calidad es subjetiva, nuestra percepción de lo que es suficientemente bueno cambia con el tiempo, depende del estado de ánimo y de mil factores más que no podemos controlar.
En el largo plazo me gusta pensar la calidad como un ideal inalcanzable, me puedo acercar cada vez más pero nunca voy a llegar definitivamente.
Entonces entra en juego el concepto de sesión, que se puede definir por cantidad o por tiempo.
Una sesión puede consistir en escribir 500 palabras o componer 20 compases o dibujar 3 bocetos. Así, una novela es x sesiones de 500 palabras, un álbum es x sesiones de 20 compases.
«La oficina está cerrada. ¿Cuántas páginas he producido? No me importa. ¿Son buenas? Ni siquiera lo pienso. Todo lo que importa es que le he dedicado mi tiempo y lo he hecho dándolo todo. Todo lo que importa es que, por hoy, en esta sesión, he vencido a la Resistencia».
—Steven Pressfield
Definir las sesiones en unidades de tiempo tiene sus ventajas.
Particularmente cuando no hay una línea de llegada a la vista o cuando no hay un plan detallado que diga como hacer las cosas. No todo puede ser desglosado en una lista de tareas, pueden haber pautas o un método a seguir, pero a partir de cierto punto vamos a tener que caminar solos, entramos en terreno desconocido.
Cualquier objetivo puede pensarse como una cantidad de horas de trabajo o entrenamiento, osea, cuantas sesiones necesito para terminar esa obra o alcanzar ese objetivo.
Cuando la sesión es un bloque de tiempo, digamos una hora, se eliminan distracciones y ruido mental, lo único que hay que hacer es presentarse y cumplir el horario, como cualquier trabajo.
La dedicación asegura el progreso, más tarde o más temprano, sea mucho o poco.
Dar lo mejor no tiene que ver con resultados, si no con el cumplimiento de un compromiso.